La guerra ha sido durante toda la
historia de la humanidad el método que hemos empleado en mayor medida para la
resolución de nuestros conflictos. Independientemente de nuestra capacidad de
comunicación verbal y de nuestra habilidad de resolver nuestros problemas
mediante la vía diplomática, la guerra ha sido durante siglos y siglos la forma
más rápida y efectiva de hacer prevalecer nuestra opinión sin tener que ceder
ni un ápice de nuestras pretensiones en negociaciones con pueblos rivales. La
guerra ha destruido civilizaciones, ampliado fronteras y resuelto conflictos
diplomáticos desde el preciso instante en que aprendimos a empuñar un arma
contra nuestros semejantes.
La historia se ha hecho eco de
toda la sangre que ha sido derramada a lo largo de nuestro tránsito por el
planeta, y ha sido tarea de la escritura y del arte recoger el testimonio de
las batallas que han sido libradas a lo largo de los milenios. Ninguna historia
es fiel, puesto que la historia la escriben los vencedores. Es tarea del arte,
el silencioso confidente, revelarnos todo sobre las civilizaciones que han
peleado, su cultura, sus ejércitos, sus armas, los resultados; todos los detalles
de aquello que mejor sabemos hacer y que ha ayudado a dar forma a nuestra
historia.
A pesar de la crudeza y de la
violencia de una guerra, muchos artistas e individuales la han visto como un
elemento necesario, como una parte intrínseca de nosotros mismos como seres
humanos, y como tal hemos tratado de buscar las razones más variopintas para
justificar la matanza de millones de personas en el curso de nuestra historia:
la guerra es necesaria para mantener la paz, para defendernos de otras
personas, para asegurar nuestra supervivencia… Los hay que incluso ven una
belleza en la guerra, un valor puramente estético en las legiones, en las
armas, en las máquinas, en la sangre derramada, en los castillos derribados, y
desde luego, la historia del arte está repleta de obras que, más allá de su
valor documental, tienen una razón estética en la crudeza de sus imágenes.
Este atlas tiene la tarea de
recoger algunos de los momentos clave de la formación de la historia moderna,
partiendo de los griegos y hasta la historia contemporánea, a través del arte
en todas sus formas. No se busca hacer un análisis en profundidad de todas las
civilizaciones que han guerreado a lo largo de la historia, sino solamente de
la visión militar de algunos pueblos, y de algunos conflictos de especial
relevancia, tanto para la sociedad como para el arte. Se busca con este atlas
un valor documental y un valor estético no ya de la guerra, sino del arte sobre
la guerra, una parte de nosotros mismos que no parece tener intención de
desaparecer en un futuro cercano.